Se acerca el día. Mis hijos empiezan a estar excitados. No duermen bien y en sus caras observo una emoción que en ningún otro momento he visto. Vienen los Reyes Magos.
Sarah aún se ilusiona y espera sus regalos, pero lo vive algo más calmada. Ya no es tan niña, controla más sus emociones. Pero eso no significa que no las viva también.
En cambio Daniel.... no puede disimularlas. Me encantaría poder entrar en su mente y sus emociones en el justo momento que abrimos la puerta del salón y encuentra allí todos sus regalos.
Podría elegir ese momento como el más intenso. Su mirada desprende una extraña mezcla entre ilusión, alegría, miedo y no sé cuantas emociones más. Admiro su inocencia, tan ausente en nuestras vidas de adulto. Me fascina. No puedo hacer otra cosa que mirarlo.
No da crédito a que tres personas entren en su casa por la noche, mientras duerme. Montados en camellos y cargados de regalos. Pero una vez más vuelve a sorprenderme cuando ve los platos de la comida que con tanto cariño preparó vacíos . Y me dice:
- mamá si han venido porque se han comido todo
Basta con vaciar sus lechuguitas y sus vasitos de leche para dar fé de que estuvieron allí.
Para él es magia y justo eso es lo que desprende su preciosa carita.
Después se acerca a sus regalos pero primero debe bajar poco a poco de la maravillosa nube de ilusión en la que anda subido.
Es espectacular, la mejor guinda que se le puede poner a este pastel de Navidad. Para mí ese momento es en el que me siento liberada del estrés y la presión de las Navidades. Es en ese momento en el que me siento satisfecha, me doy la vuelta y me siento relajadamente a comer un pedazo de roscón de reyes.
¿Mi regalo? ya me lo han dado ellos, no necesito más.
Gracias chicos por darme momentos tan mágicos. Os quiero.
Mamá
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